El hombre no tiene un mal mayor que una opinión falsa
Con Sócrates la filosofía deja de interesarse por los
fenómenos naturales y pasa a ocuparse del ser humano, de cómo debemos
vivir nuestra vida....
Es el mártir por antonomasia de la filosofía, aunque otros filósofos
murieran por sus ideas antes que él (como Zenón de Elea, que murió a
manos del tirano de su ciudad antes de confesar el nombre de los que se
habían organizado para derrocarle y tras cortarse la lengua con los
dientes y escupírsela a la cara) y también después, como Hipatia, Tomás
Moro o Giordano Bruno.
Sócrates ejemplifica la persona que vive tal como piensa y que lleva sus
ideas hasta sus últimas consecuencias; el individuo a quien no le
importa morir con tal de no renunciar a sus principios. Con el ejemplo
de su muerte y con la manera en la que la sobrellevó, Sócrates
representa un nuevo tipo de reflexión filosófica que ya no se encarga de
examinar la naturaleza, sino a los seres humanos. De ahí que Cicerón
dijese que “Sócrates fue el primero que hizo bajar la filosofía del
cielo, la introdujo en nuestras casas y la obligó a ocuparse del bien y
el mal”. O como dice Martha Nussbaum –reciente Premio Príncipe de
Asturias de Ciencias Sociales– en El cultivo de la humanidad, de Paidós
(ver artículo en pág.12), “su contribución característica fue que el
rigor y la firmeza del argumento filosófico tuviera efecto en los
asuntos de interés público”.
El primer psicólogo
Al incorporar la reflexión filosófica a los problemas cotidianos de las
personas, Sócrates se convierte en el primer psicólogo de la Historia.
Su preocupación fundamental ya no es cómo está constituido el universo y
cuáles son los mecanismos que explican la realidad material, sino cuál
es la vida que debemos llevar, en qué consiste la “vida buena” y cuáles
son las motivaciones de nuestra conducta. Sin él no podemos entender lo
que sucede después en filosofía, el énfasis de las escuelas filosóficas
posteriores (cínicos, epicúreos y escépticos, pero especialmente los
estoicos) en incorporar la reflexión filosófica a la vida cotidiana, en
vivir filosóficamente y concebir la filosofía como un modo de vida (como
diría Pierre Hadot en su Elogio de Sócrates) o como práctica sobre uno
mismo y arte de vivir (en palabras de Foucault en La hermenéutica del
sujeto).
Filosofía contra las desgracias
Siglos más tarde, filósofos como Séneca, Epícteto y Marco Aurelio
insistieron en que la filosofía puede ayudarnos a sobrellevar las
desgracias de la vida (enfermedades, exilio, pobreza, muerte) y a vivir
mejor, pues nos enseña a extirpar las creencias erróneas que
desencadenan las emociones negativas (ira, tristeza, miedo, angustia,
etc.). A partir de Sócrates, el filósofo se convierte en un “médico del
alma” y la filosofía en una especie de terapia psicológica que se
encarga de “curar” las “enfermedades del espíritu”, las pasiones que
obnubilan la razón o las opiniones erróneas que enturbian el juicio. De
ahí que el mayor mal para el hombre sea una opinión falsa, pues cuando
un individuo tiene creencias inadecuadas sobre sí mismo o sobre la
realidad, sus actuaciones no se adecuarán a ella y eso solo le podrá
traer problemas.
Como el propio Sócrates reconoce en el Gorgias, uno de los diálogos
socráticos más emocionantes que escribió su discípulo Platón: “¿Qué
clase de hombre soy? Soy de esos que aceptan gustosos ser rebatidos, en
caso de que diga algo falso, y de los que rebaten gustosos en caso de
que alguien dijera algo falso; y, desde luego, no pertenezco con menos
gusto a los que son rebatidos que a los que rebaten, dado que considero
esto primero un bien mayor, por cuanto es un bien mayor verse librado
uno mismo del peor de los males que librar a otro, pues creo que el
hombre no tiene un mal mayor que una opinión falsa sobre las cosas que
precisamente ahora está tratando nuestra discusión. Si tú también dices
que eres así, discutamos; pero si te parece que es preciso dejarlo,
acabamos ya la discusión”.
Ocúpate de ti mismo
El trabajo filosófico consistirá en profundizar sobre las opiniones del
sujeto por medio del diálogo. Mediante las preguntas socráticas, eso que
se conoce como mayéutica, Sócrates conducirá a su interlocutor hasta un
estado de perplejidad que le hará dudar de sus ideas, de su supuesto
saber, y darse cuenta de su ignorancia (de que no sabía que no sabía),
estadio necesario para que se produzca el verdadero aprendizaje.
Sócrates, con sus preguntas y su diabólica ironía, examinará la vida de
los que se le pongan a tiro para hacerles ver que viven como sonámbulos,
que no se ocupan de sí mismos, que no se preocupan de lo que
verdaderamente importa, el perfeccionamiento de su alma, sino solo de
cosas superfluas como estar delgado, tener dinero o ser famoso.
“La mayoría de las personas con las que se enfrentó Sócrates –explica
Nussbaum– llevaban vidas pasivas, vidas cuyas acciones y decisiones más
importantes eran dictadas por las creencias convencionales. Estas
creencias vivían con ellos y los modelaban, pero nunca las habían hecho
propias, porque en realidad nunca habían mirado dentro de ellas,
preguntándose si habría otra manera de hacer las cosas, y cuáles eran en
verdad dignas de guiar sus vidas en lo personal y en lo político”.
Son célebres las palabras que Sócrates dirige a los 500 miembros del
jurado que más tarde le condenarán a muerte por corromper a la juventud e
introducir nuevos dioses, y que Platón reflejará en su Apología de
Sócrates: “Mientras tenga vida y pueda, no dejaré de filosofar, de
aconsejaros y de exhortar a todo el que me encuentre del modo que
acostumbro: ‘Amigo mío, ¿cómo es que siendo de Atenas, la ciudad mayor y
más famosa por su poder y sabiduría, no te avergüenzas de no pensar
sino en acumular riquezas, gloria y honores, sin preocuparte lo más
mínimo de la sabiduría, de la verdad ni de perfeccionar tu alma?’. Y si
alguno de vosotros me contradice y me asegura que sí se preocupa de
tales cosas, no le dejaré inmediatamente, sino que le interrogaré, le
examinaré y le haré ver que no dice la verdad. Pues voy, en efecto, por
todas partes sin otra finalidad que convencer a jóvenes y a viejos de
que no os ocupéis tanto del cuerpo ni de acumular riquezas, pues lo
primero es el cuidado y el perfeccionamiento del alma”.
El ser humano debe ocuparse de sí mismo, cuidar su interioridad, y para
ello debe examinar su vida, lo que piensa y hace, pues lo que hace está
determinado por lo que piensa. Sócrates considera que no hacemos el mal
porque seamos malos, sino porque no sabemos lo que es el bien, porque
creemos erróneamente que perseguir una determinada actividad (acumular
riquezas aunque sea defraudando, corrompiéndose o robando) nos va a
hacer felices, cuando en realidad no es así.
Vivir filosóficamente
Y si uno no se ocupa de sí mismo, Sócrates lo acorralará con sus
impertinentes preguntas hasta que lo reconozca, porque el trabajo del
filósofo consiste en despertar al dormido para que viva una vida propia
de un ser humano y no la de un animal que solo satisface sus necesidades
primarias. “Si hacéis que me maten –dirá Sócrates en Apología de
Platón–, no encontraréis fácilmente, aunque resulte ridículo que lo
diga, a otro hombre a quien el dios ha situado en esta ciudad como un
tábano, junto a un caballo grande y noble, pero lento por su tamaño, que
necesita ser aguijoneado. Para esto creo que el dios me ha colocado en
esta ciudad, y no dejaré de exhortaros, de persuadiros y de reprocharos,
posándome en todas partes y sin concederos ni un momento de reposo. No,
atenienses, no encontraréis a otro como yo, y si me hacéis caso y
miráis por vosotros, me dejaréis vivir. Pero si irritados, como quien es
despertado cuando está a punto de dormirse, me dais un manotazo y me
condenáis a muerte a la ligera, haciendo caso a Ánito, pasaréis el resto
de vuestra vidas dormidos, a no ser que el dios, preocupado por
vosotros, os envíe a otro como yo”.
Para vivir una vida digna de un ser humano es imprescindible reflexionar
sobre cuáles son nuestros objetivos, si estos son adecuados; sobre si
somos felices y sobre dónde está la verdadera felicidad (cuestiones que
después tratará el cristianismo desde una óptica religiosa). Sócrates se
preocupa de que los demás se ocupen de sí mismos, convierte en su
ocupación principal (es decir, en su vocación y en su “profesión”)
ocuparse de sí mismo y que los demás se ocupen de ellos. Lo cuenta él
en la Apología de Platón: “Esto es lo más difícil de haceros entender.
Si os digo que eso sería desobedecer al dios y que, por ello, es
imposible que lleve una vida tranquila, no me creeríais y pensaríais que
hablo con ironía. Y menos me creeríais si digo que el mayor bien del
hombre es conversar acerca de la virtud y de los otros temas que me
habéis oído tratar cuando me examinaba a mí mismo y a los demás, y que
una vida sin examen no vale la pena. Así son las cosas, atenienses, pero
no es fácil convenceros”.
Con Sócrates, el objetivo de la filosofía será que la gente lleve una
“vida filosófica”, que actúe guiada por la razón y que sus acciones
estén en consonancia con sus principios: convertirá la vida filosófica
en el imperativo de todo ciudadano. Y para ello no dejará de importunar a
todo el que se le cruce por su camino con preguntas para que dé
explicaciones de por qué actúa como actúa, como se quejará un personaje
del diálogo Laques: “Ignoras que, si uno se halla muy cerca de Sócrates
en una discusión o se le aproxima dialogando con él, le es forzoso, aún
si se empezó a dialogar sobre cualquier otra cosa, no despegarse,
arrastrado por él en el diálogo, hasta conseguir que dé explicación de
sí mismo, sobre su modo actual de vida y el que ha llevado en su pasado.
Y una vez que ha pasado, Sócrates no lo dejará hasta que lo sopese bien
y suficientemente todo”.
Pedagogía socrática
Pero Sócrates no solo es el primer terapeuta de Occidente, sino también
el primer gran pedagogo. La mayoría de los reformadores de la educación
se han inspirado en la práctica socrática para desarrollar propuestas
educativas innovadoras, desde Montaigne y Rousseau, pasando por
Pestalozzi, Froebel o Dewey. Siguiendo esa estela, diversos filósofos
del siglo XX han desarrollado distintas metodologías para filosofar con
grupos dentro y fuera del aula, como Leonard Nelson, Matthew Lipman u
Oscar Brenifier.
El objetivo es ayudar a “que los alumnos reflexionen y argumenten por sí
mismos, en lugar de someterse a la tradición y a la autoridad. Se
considera que la capacidad de argumentar de ese modo constituye un valor
para la democracia”, escribe Nussbaum en Sin fines de lucro (Katz,
2010). Pero la práctica socrática no se limita al ámbito educativo.
Desde hace unos años, un grupo de filósofos (el más conocido, Lou
Marinoff con su Más Platón y menos Prozac) está usando el diálogo
socrático para ayudar a la gente con sus problemas personales, en la
línea iniciada por Sócrates y que después desarrollaron otras corrientes
filosóficas, como el estoicismo o el epicureísmo. Estos autores, entre
los que está también Oscar Brenifier (Filosofar como Sócrates, Diálogo,
2011), creen que el diálogo filosófico puede ser una herramienta muy
útil para la vida cotidiana y que el trabajo socrático sobre uno mismo
siendo hoy tan necesario como entonces.
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